Educador de Gatos

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Xiwa & Pucca

Por Fúlvia Nicolás

Cuando Pucca llegó a casa, Xiwa tenía ocho meses y estaba enfadada con el mundo en general. Pucca era una gata de dos meses, blanca y anaranjada, de pelo suave y carácter dulce, que había sido criada por su madre en el refugio donde la adoptamos. Xiwa era negra, delgada y desaliñada, muy nerviosa y con unos preciosos ojos verdes. Había salido del mismo refugio, pero casi ocho meses antes. Cuando nos la dieron, Xiwa era una bestia minúscula a quien acababan de abandonar dentro de una caja en la puerta de la clínica veterinaria. A juzgar por su tamaño, Xiwa no había tenido demasiado tiempo de estar con su madre y, seguramente por eso, no sabía jugar como un gato.
Decir que Xiwa recibió mal a Pucca es demasiado suave. Desde el primer momento se negó a saludarla y a convivir con ella. La observaba a distancia, con una actitud entre desconfiada y de desprecio, y tardó pocos días en bufar agresivamente cuando se le acercaba. Pucca era un cachorro curioso e imprudente, que rompía constantemente la distancia de seguridad.

Antes de que nos diéramos cuenta, Xiwa había empezado a agredir a Pucca, cada vez con más ferocidad. El día que le hizo sangre en una oreja dejamos de pensar que era un juego y cerramos la puerta que partía en dos el pasillo del piso donde vivimos. Nos encontramos con una casa separada en dos partes, una para Xiwa, y la otra para Pucca. Si abríamos la puerta que separaba los dos lados, teníamos que vigilar: más de una vez Xiwa había esperado escondida en un rincón la oprtunidad de saltar sobre su rival. Pucca recibía los ataques con sorpresa y enorme espanto, y nosotros estábamos angustiados de ver como nuestra querida gatita negra se convertía en una bestia agresiva y arañaba a un cachorro inocente.

Con esta situación, los humanos de casa nos fuimos quinze días de vacaciones, dejando la gatas -cada una en su parte del piso- a manos de las abuelas, que venían cada día a alimentarlas y a jugar con ellas un rato. Las dos abuelas nos confesaron, angustiadas, que les daba un poco de miedo jugar con Xiwa, que se había vuelto agresiva y había cogido la afición de morder.

A la vuelta pedimos hora a los etólogos del hospital veterinario de la Universidad Autónoma. Nos atendieron rápidamente y con lo que parecía una gran eficiencia: cuatro estudiantes seguían atentamente las explicaciones de la etóloga titular, que nos diseñó un plan de modificación de conducta para Xiwa. En primer lugar, era necesario que aisláramos totalmente las dos mitades de la casa: en cada uno de los lados viviría una de las gatas, que debían ir acostumbrándose paulatinamente una a la presencia de la otra. Primero se tenían que oler; más adelante, verse a través del cristal; más tarde, espiarse a distancia; finalmente, compartir espacio de comida... Teníamos que repartir difusores de feromonas en almenos dos puntos de la casa, y cambiar las gatas de lado cada doce horas. Los etólogos estarían siempre a punto por tal de responder a nuestros e-mails dando información y reclamando ayuda.

Lo hicimos todo tal como se nos había dicho. Incluso enviamos varios e-mails desesperados, después de que la gata negra maullara durante horas y horas, se diera golpes con la cabeza contra el cristal y pareciese atacada por un permanente ataque de nervios, sobretodo si la pequeña Pucca osaba acercarse al otro lado de la puerta. Alguna vez que la puerta se abrió accidentalmente (en una casa con dos criaturas es fácil que pase), Xiwa estubo a punto de matar a Pucca.

Así pasamos, cambiando solo a peor, la segunda mitad del verano y buena parte de otoño. Xiwa había continuado creciendo en tamaño y en mala leche. Y Pucca también crecía, pero seguía siendo mucho más pequeña, y también inocente, imprudente y cotilla. Con los niños entrando y saliendo, el riesgo de ataque era constante. Acabamos histéricos, con las manos y los brazos mordidos por la pobre Xiwa, y los etólogos de la Autónoma seguían sin contestar los e-mails.

Un día una compañera de trabajo me pasó el teléfono de un personaje extraño: una tal Jordi, "educador de gatos", según la octavilla muy bien impresa en la que se hacía publicidad. Según mi amiga, Jordi la había ayudado en un caso similar, cuando sus gatas se habían peleado. Según decía, solo en una tarde le había resuelto el problema.
En una situación normal, yo me habría mirado con absoluto escepticismo a cualquiera que se hubiera atribuido el título de "educador de gatos". En la situación en la que estábamos, me agarré a esta posibilidad como el que se agarra a un clavo ardiendo. Llamé a Jordi aquella misma tarde, y quedamos para el sábado, que él vendría a visitarnos a casa.
Jordi es alto, muy delgado y de aspecto delicado, pero los gatos le respetan como si fuera un león. Dedicamos mucho rato a observar las gatas, se les acerco y las acarició, les habló como personas y nos informó que Xiwa, pobrecilla, era una gata nerviosa y asustada, que viviía la presencia de Pucca con terror y que si le atacaba era porque se sentía amenazada.

Si no les enseñábamos a convivir, concluyó, las gatas estarían cada vez más alteradas, hasta el punto de hacer insostenible la situación en casa. ¿Y cómo podemos enseñarlas a convivir?, preguntamos. Pues muy fácil: obligándolas a convivir. Haciéndolas estar juntas, intentando evitar o suavizando los ataques al máximo, pero teniendo presente que era necesario que Xiwa se diera cuenta que Pucca era inofensiva. Esto implica un ejercicio diario, durísimo: juntar las dos gatas en el pasillo, sin escondites, e intentar evitar que Xiwa hiciera demasiado daño a Pucca, pero sin impedir el contacto. Cuanto más tiempo compartieran espacio, más cerca estaríamos de la solución.

Jordi vino una y otra vez, en horarios difíciles, durante las primeras semanas. Lo cierto es que sin su calma y convicción se nos hacía muy difícil llevar a término los ejercicios de convivencia gatuna, que más que de convivencia parecían de lucha cuerpo a cuerpo. Las primeras semanas, Pucca acababa cada sesión con la oreja herida, un arañazo en el morro o una toque en el párpado. Fue muy duro y muy difícil -en la mesura que puede serlo un pequeño problema doméstico como este- pero el apoyo constante de Jordi, con quien hablábamos tan a menudo como queríamos, nos ayudó a aguantarlo.

Todos nos sentíamos un poco culpables por permitir estos ataques - ahora "organizados y legales" - de la histérica Xiwa a la plácida Pucca... pero, cuando empezábamos a pensar que quizás deberíamos dar a una de las dos, la situación empezó a cambiar. Xiwa empezó a recuparar la calma; los ataques se hicieron menos feroces y menos frecuentes (uno por sesión, después del cual se quedaba relajada), y Pucca ya no iba llena de señales.
Visita a visita (y creedme que Jordi nos hacía un precio tan módico que siempre dudé si en realidad no sería un millonario camuflado) Xiwa y Pucca se fueron acostumbrando la una a la otra. El secreto era, sencillamente, la convivencia: cuanto más tiempo juntas, menos agresividad. Justo lo contrario de lo que nos habían recomendado los etólogos, según los cuales la convivencia se tenía que ir ganando muy poco a poco a través de un proceso muy complicado y lleno de obstáculos. Desde el primer momento, Jordi nos explicó que él no era etólogo, ni había estudiado veterinaria, pero que conocía bien a los felinos y que, tal como apuntaba el sentido común, no se puede llegar al afecto sin el conocimiento previo.
Efectivamente, a medida que Xiwa se acostumbraba a la inofensiva presencia de Pucca, su agresividad y sus nervios iban disminuyendo. Nosotros fuimos aumentando el tiempo de convivencia hasta que, al cabo de un par de meses, nos atrevimos a dejar la puerta del pasillo abierta toda la noche. Xiwa durmió tranquila sobre nuestra cama. No hubo ataque, ni lo ha vuelto a haber -excepto algún escarceo esporádico- desde entonces.

Parecía imposible, pero hoy Xiwa y Pucca son inseparables. No solo commparten sofá, váter y comedero, sinó que duermen juntas, juegan y se persiguen (ahora la una, ahora la otra) por toda la casa y los balcones del vecindario. Hay que decir que hoy Pucca hace casi el doble de tamaño que Xiwa, si bien es Xiwa la que manda de las dos... Parece que en el mundo animal no se lleva mucho la democracia asamblearia, si bien en general las relaciones entre nuestras gatas parecen respetuosas e incluso amistosas. Las feromonas y el buen rollo que hoy llenan la casa son naturales. Sin oponerse, Jordi siempre nos dijo que esto de las feromonas artificiales no prometía mucho...

No respondimos nunca el e-mail de los etólogos de la Autónoma cuando al fin, meses después, se dignaron a contestar los nuestros. A las gatas les daba igual, y a nosotros nos daba pereza discutir.

Durante las interminables sesiones de los primeros días, para rebajar la tensión, y también durante las agradables veladas de los últimos, Jordi nos explicó muchas cosas sobre la conducta de los pequeños y grandes felinos, que el había observado de cerca tanto en Londres como en Sudáfrica. Sin ser expertos en absoluto -aunque siempre hemos tenido gatos alrededor- sus explicaciones siempre nos han parecido sensatas y llenas de afecto hacia los animales. Almenos, cuadraban con lo que Xiwa y Pucca iban manifestando... y también con lo que ahora les vemos hacer. En menos de tres meses, Jordi nos dio el alta. Increiblemente, las gatas se han hecho amigas... y así siguen medio año después. Xiwa es un poco más tranquila, aunque sin excesos, y mucho menos agresiva. Pucca es grande, dulce, peluda y con tendencia a tirarse al suelo panza arriba a la menor provocación. Diríamos que ya están bien educadas... y a menudo las vemos como se lamen la cara la una a la otra.

De tanto en cuanto, le hacemos una llamada a Jordi, o es él quien nos llama para saber como van las cosas. Se ve que cada vez tiene más gatos para educar, pero no hace cara de poder dejar el trabajo de supervivencia al que debe dedicarse para subsistir... Hoy por hoy, el suyo continua siendo un caso de amor al arte (el arte de educar gatos, diríamos)... y a los gatos mismos, a quien bien pensado, se parece un poco.